Nadie sabe cuándo empezó, pero es fácil imaginar que fue justo al principio. El barro debió ser lo primero que tocaron las manos de la primera mujer.
En ese primer contacto, descubrió su plasticidad y su capacidad para reproducir el mundo, no solo el que la rodeaba, sino también el que llevaba dentro. Sus dedos moldeaban formas útiles, simbólicas y mágicas, que el aire y el fuego transformaban en piezas eternas.
La tradición del barro nació y sigue viviendo en las manos femeninas. En Sayago, una tierra anclada en la historia, son las mujeres quienes conservan y hacen evolucionar este arte.
Mi trabajo combina la tradición cerámica con la experimentación de materiales. A través del barro y el vidrio reciclado, transformo ideas en piezas únicas. Cada creación es una expresión de identidad y sensibilidad.
